La agresividad en un niño se encuentra en gran medida relacionada con la frustración que este puede sentir en determinadas situaciones, cuando un obstáculo se interpone entre alguna de sus expectativas, deseos o proyectos del niño. Pero, aunque estén relacionadas, la frustración no siempre va a ocasionar agresividad, puesto que depende de la experiencia previa y del aprendizaje, es decir, de cómo el niño ha aprendido a responder ante conflictos y situaciones frustrantes para él, y las consecuencias asociadas a las contestaciones que el mismo da. Estas consecuencias son decisivas para que incremente o disminuya la probabilidad de la conducta agresiva del niño, por eso, lo que los padres refuercen o castiguen será determinante en el aprendizaje.
Los niños con baja tolerancia a la frustración es frecuente que se enfaden o entristezcan excesivamente cuando no consiguen lo que quieren: son más impulsivos e impacientes, son exigentes, y buscan satisfacer al momento sus necesidades, por lo que tener que esperar o posponer alguna de estas puede desencadenar rabietas y llanto fácil, teniendo más predisposición a desarrollar cuadros de ansiedad o depresión ante dificultades y conflictos mayores.
Es importante que los padres sepan qué hacer ante las expresiones de frustración de sus hijos. Si los límites que marcan son adecuados y justos, no tendrán problemas en mantenerlos. Para ayudarles, existen determinadas pautas a llevar a cabo para estimular y entrenar la tolerancia a la frustración de los niños
1. Tomar conciencia de la baja tolerancia del niño y de las razones que la causan. Con frecuencia, el egocentrismo infantil hace que el niño crea que todo gira a su alrededor, que lo merecen todo, y les lleva a sentir que todo límite impuesto es injusto.
2. Enfrentarle al motivo de su frustración, explicarle que equivocarse es normal y ayudarlo a expresar sus sentimientos, con frases del tipo: “es normal que estés enfadado por esto, puedes decírnoslo, pero las cosas no siempre son como queremos, todos nos hemos equivocado alguna vez”.
3. Aprender a distinguir entre sus necesidades y caprichos, para que pueda controlar su impulsividad, evitando que consigan sus objetivos mediante rabietas, para que reflexione y distinga sobre lo que puede hacer u obtener y lo que no.
4. Fijar límites y metas adaptados a la edad y las capacidades del niño; así, es fundamental que se valore el esfuerzo por lograr un objetivo, no el resultado final.
5. Ayudarlo a planificar estrategias y a solucionar problemas, enseñándole a tener en cuenta los imprevistos, para que, si ocurren, no caiga en la frustración y ansiedad.
6. No ceder ante demandas irracionales.
7. No conceder de forma inmediata lo que pida, sino dejar pasar un espacio de tiempo entre la petición y la concesión. En el mismo sentido, no atender ni doblegarse a reclamaciones que vengan precedidas de pataletas, rabietas o actitudes de ira.
8. Enseñar al niño a respetar a los demás: el turno de palabra, los juguetes, etcétera, además de hacer que comparta sus cosas con los demás.
9. Enseñarle que para conseguir algo tiene que esforzarse en ello, planteándole situaciones con alguna complicación que tenga que superar o resolver para conseguir lo que quiere.
10. Permitir que se equivoque, sin pretender solucionarle previamente todo lo que le ocurra.
En síntesis, lo que se trata de evitar son los comportamientos agresivos de los niños, con especial atención a las causas que pueden provocarlos, a las que hemos hecho mención, ya que la agresión, ya sea verbal o física, causa más violencia y aumenta el estrés y la irritación, tanto para quien la sufre como para quien la ejerce.